domingo, 23 de febrero de 2014

Capítulo V



El aullido se alzó hasta los cielos, desde el patio interior de la casa Vitor. Los criados trataban de tranquilizar al perro, por orden del hijo pequeño, quien trataba de leer unos manuscritos en una mesita de jardín. El animal mordió a uno de los sirvientes, y el otro tuvo que agarrarlo del collar. Tras inútiLes intentos por calmarlo, el niño bien se cansó y caminó hacia ellos. Empujó al criado más cercano sin delicadeza y golpeó al perro con una pierna. Este gimió, pero finalmente se calló al notar la severa mirada de su amo.

-          Silencio, Uba.

Uba se levantó después de ser derribado y se acercó al chico con las orejas gachas. Le lamió los dedos cuando sintió que lo acariciaba.

-          Solo ha sido otra explosión, Uba. Kraxon es así todos los días-le explicó mientras los criados se alejaban a seguir con sus tareas.

-          Espero ansioso a que llegue el martes-dijo una voz cantarina a su espalda-. Reskei.

El niño gruñó al reconocerla, y se volvió para mirar a su hermano mayor con cara de pocos amigos. Era alto, probablemente llegaba a los dos metros, pero aún así, su porte y figura eran elegantes, como un orgulloso alce que alzaba el cuello para exponer su gran cornamenta.

-          ¿El martes? ¿Para qué?-inquirió Reskei, tratando de sonar indiferente.

El Alce caminó hacia él, con una sonrisa de desprecio, y le dirigió una breve mirada al chucho.

-          Bien lo sabes, hermano pequeño. Uba no debió morderme.

Reskei lo miró con furia. Todo había sucedido accidentalmente. Resler, su hermano, estaba degustando unos canapés cuando, de repente, Uba quiso arrebatarle un bocado, con tan mala suerte que los colmillos se cerraron en torno a su mano. Horas después, el padre de ambos había decidido sacrificar al animal.

-          ¿Y a mí qué? Solo es un perro.

El chico gruñó, se dio la vuelta y se internó de nuevo en la casa, echando humo por las orejas y chispas por los ojos. Uba lo siguió a un lado, con las orejas agachadas. Reskei odiaba que lo infravaloraran, que lo trataran todavía como a un niño. Si bien su madre lo hacía para protegerle, Resler y su otra hermana mayor, Rika, lo hacían para molestarlo. Además, su padre parecía odiarle. Siempre decía que Reskei no servía para nada, y que era una deshonra para la familia. <<No soy tan listo como Resler, ni tan guapo como Rika, ni tan firme como padre>>pensaba, muy a menudo. Se sentía inferior, pequeño, y torpe, y los odiaba con toda su alma por ser tan perfectos.

-          Idiotas… Ojala pudiera darles a todos en las narices…

Atravesó el pasillo principal, sumido en sus pensamientos, hasta llegar a unas escaleras y subirlas hasta el piso de su habitación. Por el camino se cruzó con su madre, una mujer rubia, de gran belleza y elegancia. Llevaba un largo vestido rosa con encajes y corsé.

-          Reskei, hijo. Deberías sacar a pasear a Uba-le dijo con dulzura, pues sabía el mal momento que debía de estar pasando el chico-. Acuéstate pronto cuando regreses, mañana será un gran día.

Reskei no tuvo tiempo a preguntarle a qué se refería. La madre se dio la vuelta y desapareció en el interior de sus aposentos. Así que el muchacho bajó al patio, cogió la correa de la caseta del animal y salió del recinto de la enorme casa, llevándole sujeto.
Recorrió con tranquilidad primero las calles nobles, en donde él vivía, sin prestar atención a las elaboradas estructuras de los edificios, ni a la rica decoración de las calles, de las que ya estaba acostumbrado. Decidió internarse en el mercado, el lugar con más actividad de la cuidad, para examinar con curiosidad los productos de los puestos de venta. Uba iba olisqueando todo mientras movía el rabo con alegría. Aquel ambiente parecía gustarle. Con tristeza, Reskei se dijo que sería la última vez que pasaría por allí.

-          ¡Mocoso! ¡Aparta a tu chucho de mi mercancía!-bramó un demonio menor cuando Uba comió una manzana de una de las cestas.

Reskei parpadeó y miró al mercader con desprecio y altanería.

-          Vuelve a hablarme así y haré que claven tu cabeza en una estaca-respondió, con elegancia.

Chasqueó la lengua y le dio la espalda. No había dado ni un paso cuando recibió un tomatazo en la nuca, y eso le enfureció. Se dio la vuelta nuevamente y sin poder contenerse le gritó:

-          ¿Cómo te atreves, gusano miserable?


Pero al que gritó no fue al vendedor, sino a un humano gordo, robusto y enorme que le miró con furia. Reskei supo que a aquel tipo le daría igual su estatus social, y que su padre no iría en su defensa. Su única opción era correr si no quería tener rotos sus huesos. Soltó la correa de Uba y corrió; sabía que el perro podría apañárselas solo. Se metió por una calle rápidamente, jadeando. Oía los potentes pasos de su perseguidor, y supo que lo alcanzaría si no hacía algo pronto, por lo que torció la calle y observó a su alrededor buscando la manera de librarse.

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El gordo se detuvo bruscamente al girar la esquina, sorprendido. Había visto a esa sabandija parar por allí, pero ahora no veía a nadie. ¿Cómo era posible? ¿Se había esfumado? ¿Había echado a volar? Miró al cielo; miles de demonios sobrevolaban la enorme urbe, yendo de aquí para alla. El hombre refunfuñó y le pegó una patada a un barril de metal que había junto a una pared, lo que provocó que el recipiente cayera tumbado y rodara un par de metros. El hombre, sin hacer caso a esto, dio media vuelta y se fue por donde había venido farfullando incoherencias.

Mientras, el barril que había sido golpeadotocó con la pared, deteniéndose tras un par de balanceamientos leves. Se oyó un quejido dentro, ahogado por el eco del interior, y la tapa se abrió con torpeza, dejando a la vista la cabellera rubia y rizada de Reskei. El joven salió de ahí, dando tumbos y llevándose una mano a la cabeza. Gimió.

-          Vaya golpe…

Caminó en zigzag por el mareo, dirigiéndose a su casa para quedarse seguro. Al girar una esquina, no se percató de la persona que tenía delante, y chocó con ella, provocando que ambos cayeran de espaldas al suelo. El muchacho insulto a la otra persona sin mirarla, dejando entrever su desprecio hacia la gente que era de una categoría menor que él.

Sin embargo, sintió de repente un escalofrío, y examinó a la otra persona.

Se trataba de una muchacha de su misma edad, alta, delgada. Tenía el pelo negro como el azabache, corto y en punta por la nuca, con unos mechones largos a los lados. Y sus ojos… azules y eléctricos, brillantes y fríos, lo observaron con una mueca en la boca de desprecio. Fue una mirada tan profunda, que Reskei retrocedió, asustado.

La desconocida se levantó, muy digna ella, y siguió caminando, mostrando su indiferencia hacia aquel chico. Reskei la observó marchar y por un momento se sintió furioso. Detestaba que lo mirara de esa forma. Quiso gritarla, insultarla y golpearla, pero algo le decía que era más poderosa que él. Estaba tan ido, que se levantó temblando y volvió a casa, consolándose de que al menos Uba no tendría que ser sacrificado ya, al haberlo dejado en libertad. Reskei lo prefería así, pues por lo menos seguiría vivo.

Llegó al fin a la mansión y cruzó la verja. Varios criados le vinieron al encuentro, oeri él los ignoró y entró en el edificio, para después subir las escaleras y dirigirse a su habitación para acostarse, como le había aconsejado su madre. De camino, pasó junto a los aposentos de Rika, y se asomó cuando esta le llamó.

-          Reskei-dijo Rika mientras se peinaba en el espejo, contemplando el rostro de su demonio interior-. Mañana iremos a ver a Lady Nayara. No hagas que nos avergoncemos de ti y compórtate. Si le doy mala imagen te haré la vida imposible.

El chico le mandó una mirada furibundo y se dio la vuelta para salir de nuevo al pasillo. Malditos fueran todos, pensó. Si la tierra se los tragaba de repente, haría una fiesta… Estaba harto de todos.

Con estos y otros pensamientos, Reskei se enfundó el pijama y se metió en la cama, soplando el candelabro de su mesilla y quedando en la más completa oscuridad.

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A la mañana siguiente, todos se levantaron temprano. El muchacho fue a desayunar nada más despertarse, sin cambiarse, para no encontrarse a solas con nadie. Luego llamó a un sirviente para que le ayudara a vestirse. Mientras el craido le abrochaba el cinturón, Reskei pensó en aquella visita. Nayara, la anfitriona que los recibiría en su casa, era una persona de gran influencia en Kraxon, aunque pocos tenían el privilegio de conocer su rostro, y muchos menos, de pasar un día con ella. Ni siquiera el monarca de la ciudad había visto nunca a la mujer, y eso hacía un honor para su familia el conocerla, pes sus padres y hermanos compartían sus ideales. Además, hacía poco que esta misteriosa persona había empezado a moer hilos, y muchos querían unirse a su causa… ¿A qué causa? A la de lograr una equidad entre ángeles y demonios. Al parecer, era una persona muy liberal y muy revolucionaria. No sería de extrañar que se presentara a las puertas de Shirei con una horda de demonios a sus órdenes. A Reskei esos temas no le interesaban demasiado. Mientras que vivieran con lujos, para él estaría bien. Aunque últimamente prefería que nadie le infravalorara.

El criado terminó de ponerle la ropa entonces, y tras colocarse la cara chaqueta de seda, el chico bajó al recibidor para encontrarse con su familia.

-          El último, como siempre-le espetó su padre.

Resler esbozó una sonrisa de suficiencia.

El mayordomo les abrió la puerta, y los cinco pasaron y caminaron elegantemente hasta subir al elaborado carruaje, llevado por dos espléndidos caballos blancos. Durante todo el trayecto, Reskei tuvo la sensación de sobrar en esa familia. Se sentó entre la ventana y Rika, y con ellos dos iba Resler, mientras que sus padres se colocaron enfrente de ellos y hablaban. Cuando llegaron, al cabo de media hora, los recibieron dos demonios transformados que les condujeron al interior del pequeño castillo negro de aspecto gótico. No había jardín, ni una sola decoración afuera. El interior constaba de poca luz, únicamente producida por candelabros sostenidos en la pared. Además, unas largas cortinas de color morado impedía la completa entrada de luz por las ventanas.

En la habitación en donde estaban, el recibidor, apenas había muebles. Frente a ellos una escalera se curvaba hacia un lado a medida que ascendía, y a los lados dos marcos sin puertas que daban a distintas habitaciones parecían crujir al tocarlos. El suelo estaba cubierto por alfombras, y las paredes y el techo por pinturas y tapices.

-          Es un poco… siniestro-soltó Reskei sin querer.

Rika se volvió hacia él, airada, y puso los brazos en jarras.

-          Modera esa lengua, enano, o la Dama Oscura te cortara la cabeza.

-          ¿La qué?-el muchacho frunció el ceño porque no le sonaba ese nombre.

Su hermana fue a contestarle, pero un hombre trajeado y muy estirado entró en el hall desde la habitación de la derecha.

-          Ah, los Vitor-sonrió y chasqueó los dedos. Al instante salieron criados vestidos de gris de aquella sala y tomaron los abrigos de los invitados para guardarlos-. Si son tan amables de acompañarme, los conduciré a un lugar donde esperar a Lady Nayara.

Los llevó a la sala de la izquierda, la cual pudieron ver que se trataba de un gran salón con sofás y sillones en el centro, dibujando un círculo en torno a una mesita redonda. No había ni un solo espejo, y eso desconcertó un poco a la familia. Cualquier demonio o ángel siempre tenía espejos por su casa, para poder hablar “cara a cara” con su criatura interior. Pero aquella mansión parecía desprovista de cualquier tipo de objeto que reflejara. Mientras se sentaban, Reskei no prestó atención a la exquisita decoración de la estancia. No, él estaba más pendiente de su hermana.

-          ¿Quién es la Dama Oscura?-le preguntó.

Rika lo contempló con estupefacción durante unos momentos.

-          Olvidaba que eres muy pequeño para entenderlo-respondió, y ante la mirada de reproche de su hermano le susurró-. La Dama Oscura es el más poderoso de los demonios. Es la criatura que nos llevará a la victoria en la lucha contra los ángeles. Dicen que Nayara la ha visto, y que mantiene contacto con ella-le brillaron los ojos a partir de ese instante-. Quizá Milady nos la presentará...

-          Si es tan importante, ¿por qué nos recibe a nosotros?

-          Porque padre colabora en su campaña. Nuestra familia es muy rica, y suministra dinero a su misión.

Entonces, Lord viton carraspeó.

-          Rika, deja de contarle nada a Reskei. Es muy pequeño para entenderlo.

-          Tengo quince años-se defendió el chico.

-          Y todavía andas con chuchos sucios por ahí-comentó Resler con crueldad.

Reskei se levantó de golpe, mirándolo con furia, a lo que REsler sonrió burlonamente. No obstante, su expresión y a del resto de la familia cambiaron repentinamente al mirar fijamente a un punto tras el muchacho. Se levantaron, y Reskei tuvo que volverse para ver qué los había alarmado.

Una muchacha los mriaba desde el umbral de la puerta con una amable sonrisa. Reskei abrió mucho los ojos al percatarse de que se trataba de la joven con la que se había chocado en el mercado, aunque su vestimenta era completamente diferente. Recordaba perfectamente el aspecto de rockera gótica que había presentado el día anterior: guantes de rejilla, multiples muñequeras con púas, varios collares de cruces y pinchos, camiseta negra con el dibujo de una calavera, pantalones cortos y negros, medias oscuras, y botas góticas con chapas metálicas.

Sin embargo, en esos momentos tenía una apariencia radicalmente cambiada. Vestía un largo vestido negro victoriano, impecable, medias y unas botas más elegantes que las otras. Además, los mechones de su cabello se encontraban recogidos hacia atrás en un sencillo lazo. Lo único que no parecía haber cambiado eran sus hipnotizantes ojos, su oscuro cabello, y el piercing en forma de aro plateado que llevaba en la aleta izquierda de su nariz.

-          Con ustedes, Lady Nayara.

Reskei se la quedó mirando aún más embobado. Se había esperado que la tal Nayara fuera una mujer joven, como lo era su madre. Pero esto… Esa chica aparentaba tener su misma edad. ¿Alguien tan joven había conseguido mover tantos hilos? Un susurro a su espalda lo sacó de las nubes. Miró para atrás y observó alucinado a toda su familia arrodillada en el suelo, postrándose ante la muchacha de cabellos negros. Rika le susurraba con enfado a su hermano que mostrara servidumbre ante su anfitriona. No obstante, una suave risa los interrumpió.

-          Podéis levantaros-dijo Nayara. Su voz era suave, melodiosa y agradable como el piar de los pájaros-. Soy yo la que debería postrarse por conocer en persona a los Vitor.

Los padres y los hermanos de Reskei se levantaron, indecisos, pero se sentaron de nuevo en los sillones cuando la chica los invitó. Reskei los imitó, mirando cómo Lady Nayara elegía su propio asiento.

-          Señor Vitor, Señora Vitor-empezó a nombrar, mirándolos a cada uno-. Resler, Rika y… Reskei.

El muchacho reprimió un estremecimiento cuando los ojos azules de la joven se clavaron en él como dos brasas azules, escrutándolo por dentro.

-          ¡Qué familia tan perfecta!-exclamó la muchacha con una sonrisa-. ¿Puedo ofreceros un té?

Sin esperar respuesta, llamó con los dedos a una criada de un rincón. Esta asintió y desapareció por la puerta para cumplir órdenes. Luego Nayara los miró de nuevo y sonrió, y fue a decir algo, cuando Rika se le adelantó.

-          ¿Nos presentarás a la Dama Oscura?

Reskei captó un extraño brillo en los ojos de su anfitriona.

-          La Dama Oscura no está disponible hoy, lo siento. Tendrá que ser otro dóa-sonrió-. No te preocupes, Rika. Pronto la verás.

La chica se vio claramente decepcionada, pero asintió. Reskei miraba fijamente a la morena, aunque esta no parecía prestarle la menor atención, como si no existiera, y eso le molestó. Apretó los puños y la mandíbula y miró a la mesa fijamente, tratando de calmarse. << Puede que así sea mejor. Si soy invisible, no podrán ridiculizarme ni insultarme… >>

Y entonces, Lady Nayara se fijó en él. Clavó rápidamente sus ojos de hielo en los verdes de Reskei. Él se estremeció, pero correspondió a su mirada. Sin embargo, el contacto visual fue breve, apenas duró unos pocos segundos. La criada regresó, llevando una bandeja de plata con seis tazas y un plato con galletas.

Todo sucedió muy deprisa.

La doncella fue a dejar la bandeja en la mesa, pasando junto a su señora. Esta se sobresaltó por algo, mirando la vajilla, y de un manotazo, empujó a la chica y arrojó la bandeja al suelo. Lady Nayara se levantó, furiosa, mirando con desprecio a la sirvienta. Un aura oscura y poderosa pareció envolverla cuando gritó:

-          ¡Dije cubertería de cristal, inútil! ¿Quién te mandó sacar la plata?

La familia Vitor al completo la miró, con ojos sorprendidos, ante aquella extrema reacción de su anfitriona. Pero esta no tuvo tiempo de reponerse en compostura. Mientras la criada gritaba mil perdones con voz asustada y lo recogía todo, Nayara miró de nuevo a Reskei, quien se había inclinado para ver la bandeja de plata y mirar su reflejo.

Su demonio, Xelar, era un diablillo dorado, astuto y aguileño, del tamaño de cualquier humano. Le observaba con aquella pícara sonrisa que tanto le caracterizaba. El muchacho volvió a su posición original, pues ya había visto muchas veces a Xelar. Pero, al hacerlo, se topó con los penetrantes ojos de Nayara, serios y levemente sorprendidos.

-          ¿Qué… qué ocurre?-se atrevió a preguntar ante la intensidad de la mirada.

Lady Nayara parpadeó, negó con la cabeza y, recobrando su postura, se volvió hacia el mayordomo.

-          Llévatela y haz que la azoten-le ordenó señalando a la criada asustadiza.

El hombre asintió, y desapareció por la puerta llevándose a la pobre y aterrada muchacha. Mientras oían sus protestas, un nuevo sirviente, esta vez varón, recogió todo el estropicio. Nayara se volvió a sentar, dando un suspiro.

-          Disculpadme por eso. Les tengo dicho que la plata no se saca, para no estropearla.
Reskei frunció el ceño. Le resultaba extraño que una joven de tanto prestigio se preocupara por una simple cubertería de plata. Él en su casa tenía miles de juegos como ese, pero ni siquiera su madre se preocupaba tanto por ellos. Claro está, Nayara podría tenerle un especial aprecio por alguna razón… O a lo mejor era otra cosa.

jueves, 14 de noviembre de 2013

Capítulo IV




Un pequeño riachuelo de lava discurría por toda la cicatriz, como una serpiente de fuego. Las dos paredes rocosas lo flanqueaban, altas, escarpadas, y peligrosas, y se elevaban muy por encima del grupo.

Dottan buscaba, ansioso, algún rastro de su amiga. Karen y varios de sus hombres le ayudaban, aunque estaba claro qué era lo que pensaban. La capitana vio a Dottan moverse entre roca y roca, intentando no pisar el fuego. El muchacho había recuperado su masa corporal habitual, pero aun así, se movía con energía y determinación. << Debe de querer mucho a su amiga >>-pensó Karen. Se acercó a él, de manera conciliadora, cuando vio que inspiraba hondo.

       -   Dottan.

Él se volvió al instante, con los ojos rojos, hinchados y empañados en lágrimas. Su rostro mostraba mucho dolor y preocupación.

-          -   No.

-          -   ¿No qué?-inquirió Karen, frunciendo el ceño.

-          -   Zayyn no está muerta.

La capitana reprimió un suspiro de impaciencia.

-          -   Me gustaría creerte, de verdad-respondió-. Pero aquí no hay nadie.

Se dio la vuelta, dando a entender que no iba a discutir más. Era capitana, debía ser firme y no ablandarse. Dottan endureció su mirada y apretó los puños, conteniéndose para no gritarle a la cara que por su culpa Zayyn estaba desaparecida. Puede que resultara cruel, pero estaba demasiado furioso y desesperado.

-          -   Por eso mismo-replicó-. Si no hay cuerpo, significa que se ha movido.

-          -   Muchacho-cortó uno de los piratas-. Aquí viven criaturas carroñeras que se alimentan de los que caen. Los Verokos devoran hasta los huesos.

Dottan tragó saliva, imaginándose tal destino para su amiga. Sacudió la cabeza con fuerza, negándoselo a sí mismo. Karen debió de adivinar lo que pensaba, porque lo miró con tristeza y suspiró.

-          -   Lo siento.

La capitana brilló unos momentos, rodeándose de llamas. Extendió las alas y alzó el vuelo, seguida de sus subordinados. Antes de marcharse, le dirigió al chico unas palabras.

-          -   Ya sabes dónde está nuestra guarida. Eres bienvenido allí, si quieres.

Dottan se dejó caer de rodillas, abatido. Al entornar los ojos, las lágrimas se le derramaron, y sus hombros se estremecieron. Los sollozos llenaron la gruta, acompañándolo en su dolor y soledad. Todo por lo que había luchado se había desmoronado. Ya ni siquiera quería seguir. Ni siquiera la comida podía ayudarle.

Le vino a la mente el momento en el que conoció a Zayyn. Fue el día en el que él llegó a la Casa de los Niños. Había vivido hasta los cinco años en la calle, con su madre, hasta que esa murió por una infección. A partir de ahí tuvo que apañárselas él solo…  hasta que…
Un muchacho - el que entonces era el encargado de la Casa de los Niños - larguirucho y barbudo lo encontró allí, tirado en la calle. Iba acompañado por una niña…

<<   -   ¡Oye, Almen!-dijo la niña-. Este chico parece solo, ¿podemos…?

El llamado Almen, transformado en un formidable ángel, observó al niño con mirada pensativa. Movió sus alas un poco, soltando algunas plumas. Al final, se agachó junto al pequeño y le sonrió con amabilidad.

-          -   ¿Cómo te llamas?

El niño lo miró, temblando, como si le tuviera miedo. Almen dedujo que le habían dado palizas en varias ocasiones.

-          -   D-Dottan, señor.

Miró nervioso al ángel y a la niña que lo acompañaba- Ella ladeó la cabeza con una sonrisa y le cogió de la mano afablemente.

-          -   Yo soy Zayyn, encantada-se presentó, contenta-. Este es Almen y él nos cuida. Ya verás cómo te gusta la Casa.

Dottan se dejó llevar, atontado y absorto en el pelo rojo de la niña… >>

De repente, un sonidito interrumpió sus pensamientos. Alzó su húmeda y rojiza mirada para encontrarse con una especie de roedor amarillo y alargado, que lo miraba fijamente desde una roca. Lo habría ignorado, de no ser por el trozo de tela verde pistacho que sostenía entre sus diminutos dientecillos. El chico se levantó, furioso por descubrir que aquel bichito podría haber probado bocado también a Zayyn.

-          -   ¡Bicho asqueroso!

El animal ladeó la cabeza y se dio media vuelta para escapar. Dottan le gritó que regresara, que se iba a enterar de lo que valía un peine. El roedor era escurridizo, y sabía huir bien de él, esquivarle, burlarle, sortearle. Dotttan le gritaba, frustrado.

-          -   ¡Devuélveme eso!

El animalito alargado correteó lejos de él y se internó por una cueva oscura y no muy grande. El muchacho se metió también allí. Recuperaría a toda costa el trozo de tela. Pasara lo que pasase. Tuvo que agacharse para poder seguirlo  y aun así, debido a su tamaño, le era difícil. Murmuró improperios viendo como la criatura se alejaba todavía más de él, y se obligó a acelerar, arrastrándose y moviendo los brazos de delante hacia atrás.

Cuando el túnel por fin hubo terminado, Dottan desembocó en una pequeña caverna, de unos tres metros de altura. Constaba de una pequeña cascada, y de múltiples antorchas colgadas en las paredes de piedra. Había, además, numerosos muebles de piedra, y una cama en un rincón. El muchacho observó con estupefacción la cueva, con la boca abierta y los ojos abiertos como platos.

-          -   Woow…

Parpadeó, y buscó con la mirada al roedor. Sorprendentemente, lo encontró sentado sobre el hombro de un anciano, ataviado con una vieja túnica gris y con la espalda arqueada. Estaba completamente calvo, y se mesaba con una huesuda mano la larga barba enredada.

-          -   Ah, vaya-dijo el hombre-. Compañía joven.

Dottan retrocedió, alarmado, al darse cuenta de que le habían tendido una emboscada. Corrió a darse la vuelta, para marcharse de allí y volver con Karen y los demás, pero algo le hizo detenerse.

En un rincón, hechas un guiñapo, se encontraban las prendas verdes y negras de Zayyn, amotinadas en un montón. Dottan apretó los puños y tensó la mandíbula. Se dio la vuelta hacia el viejo con un brillo asesino en sus ojos oscuros.

-          -   ¿Qué le has hecho a Zayyn?-dijo con un tono de voz extraño, demasiado calmado, pero a la vez demasiado letal como para pertenecer a un chico de quince años.

El anciano ladeó la cabeza y le sonrió, mirándole intrigado, como si algún rasgo de él, algo en su comportamiento, le hubiese llamado la atención. Avanzó unos pasos hacia el chico, apoyándose en un báculo hecho de huesos. El roedor bostezó en su hombro y se hizo una rosca para dormitar.

-          -   Vaya-repitió-. Cuan interesante…

La risa seca que dejó escapar después puso nervioso a Dottan, que frunció aún más el entrecejo.

-          -   ¿Qué has hecho con Zayyn?-volvió a preguntar, retrocediendo por cautela.
El anciano se detuvo.

-          -   No sé quién es Zayyn… ¡Ah! ¿Hablas de la chica a la que recogí y salve de una muerte segura?

Dottan gruñó, enfadado, pero cuando terminó de procesar esa información, parpadeó repetidas veces. ¿Qué había dicho?

-          -   ¿Eh?
El otro suspiró, y se sentó sobre una roca, dejando escapar u gemido de dolor al padecer nuevamente los síntomas de la artritis.

-          -   La joven cayó desde una altura peligrosamente alta. Suerte que su demonio tomó el control del cuerpo… Hacía años que no veía nada parecido. Debe de ser muy poderosa para poder salir a flote a voluntad y controlar el cuerpo así-sonrió, se sacó de los pliegues de su túnica una pipa de fumar y se colocó la boquilla entre los labios-. Aun así, recibió heridas graves, al chocarse contra las paredes.

Dottan bajó por fín de las nubes, interrumpiendo al anciano.

-          -   ¡¿Z está viva?!

-          -   Eso he dicho, sí.

-          -   ¿Dónde?- se volvió hacia todos lados, en busca de la pelirroja, esperando a que esta saliera de una vez de las sombras-. ¿Dónde está?

-          -   Ya se ha ido, mozuelo. Se fue cuando sus heridas se hubieron sanado. Por cierto, ese es otro tema interesante. Es increíble lo poderoso que es su poder de regeneración…

-          -   ¿A dónde?-casi gritó Dottan, ansioso-. ¿A dónde fue?

-         -    A Kruxon.

Los ojos del joven se abrieron de par en par. Se quedó mudo unos instantes del asombro, preguntándose que motivos llevaban a su amiga a ir a la capital demoníaca. Como si le hubiera leído el pensamiento, el salvador de Zayyn dijo:

-          -   Cree que los piratas te van a vender como esclavo, chico.

Dottan inspiró profundamente, entendiendo las sospechas de Zayyn. Seguramente, la chica había dado por hecho que Karen y los suyos lo tenían secuestrado y que lo venderían como esclavo. Y ella iba a ir hasta allí, iba a recorrer medio continente para rescatarle. Se sintió eufórico. No solo porque ya sabía que estaba viva, sino porque ella no se olvidaba de él, porque en esos mismos instantes, ella se dirigía a luchar por su libertad. Una alegre y genuina sonrisa se le dibujó en el rostro. Miró al viejo una última vez antes de marcharse.

-          -   Debo ir a por ella-el anciano asintió lentamente, conforme-. Gracias por todo.

     Dicho esto, se dio la vuelta y desapareció por el túnel. El hombre de la barba lo vio marchar con una media sonrisa misteriosa, mientras acariciaba distraídamente el lomo de su amarillo y dormido compañero.

-          -   Buen viaje, Gula… Buen viaje.

º                                                    ×º°”˜`”°º×owo׺°”˜`”°º×

Karen esquivó una botella que se estrelló contra la pared, sin apenas mover la cabeza a un lado. En otros momentos, le habría dado una paliza al pirata borracho que se la había lanzado, pero estaba pensativa, distraída en asuntos ajenos a su banda.

Pensaba en aquel chico, el gordito que habían traído ante ella sus hombres, y que, con determinación, afirmaba que su amiga seguía viva. Karen sabía cómo debía de sentirse, impotente y entristecido. Sabía que, en el fondo, Dottan conocía la verdad. Su amiga había muerto. Suspiró, recordando cuando ella misma no podía creerse que su madre hubiese muerto. Unas semanas después todavía seguía costándole avanzar.

Se encontraba sentada al pie de la mesa, junto a Arko, que comía somnoliento un plato de pollo que tenía delante.

-          -   No deberías martirizarte tanto-murmuró Arko de repente.

Karen lo miró de soslayo. Luego alzó la mirada. Todos sus hombres gritaban, comían, bebían y reían, en torno a la larga mesa de piedra. Muchos de ellos ya estaban borrachos, unos cuantos más cantaban, y otros pocos jugaban con dados, apostando monedas o armas en su defecto. Eran muy diferentes entre ellos, demonios desterrados, fugitivos, e incluso antiguos reclusos. Pero todos se apreciaban. Toda la tripulación formaba parte de una gran familia. La capitana sonrió, pero no fue una sonrisa alegre. Todavía echaba en falta a alguien.

-          -   No puedo evitarlo, Arko. Por culpa de mis hombres, Dottan ha perdido a su amiga…

El niño la miró con ojos compasivos, adivinando qué le pasaba por la cabeza. Asintió, y volvió a prestar atención a su cena.

La cueva, situada en una de las laderas de la cicatriz, se encontraba destilando alegría por los cuatro costados, hasta que una figura marrón se introdujo en ella gritando e alegría.

-          -   ¡Karen! ¡Z está viva!

Dottan volvió a su forma humana y avanzó hacia la capitana con paso ligero y animado, ignorando el silencio que se había hecho. La chica rubia se levantó de golpe. Sorprendida.

-          -   ¿La has encontrado?

El chico se detuvo, y parpadeó, anonadado.

-          -   Pues… no. ¡Pero un señor me ha dicho que la salvó la vida que se dirige a Kruxon!-añadió al ver la expresión cansada de la muchacha.

-          -   ¿Un señor?-repitió esta, mirando a Arko.

El niño bostezó, retiró su plato con un leve empujón, y se encogió de hombros. Luego apoyó la cabeza sobre la mesa y se durmió a los pocos segundos. Los demás piratas murmuraron entre ellos, dejando a un lado lo que estaban haciendo. Los borrachos soltaron gruñidos de irritación.

-          -   Si-afirmó Dottan, dubitativo-. Tenía un bastón de huesos, y en su hombro llevaba una especie de roedor amarillo…

Eso fue suficiente para confirmar las sospechas de Karen.

-          -   ¡El viejo Yarino!-exclamó, tapándose la boca con una mano-. ¡Hacía años que nadie le veía!

Dottan se encogió de hombros y esbozó una sonrisa nerviosa.

-          -   Será porque está escondido en una cueva-enmudeció unos momentos, antes de seguir hablando y anunciar-: Me voy a buscarla.

Se inclinó, haciendo una reverencia, y sonrió con felicidad.

-          -   Gracias por todo, Capitana Karen.

El chico ya se daba la vuelta cuando ella lo llamó otra vez. Él se volvió, curioso.

-          -   Te acompañaré-ante la mueca de sorpresa de Dottan ella sonrió-. Te lo debo.

Se volvió hacia sus hombres, mirándolos a todos a los ojos. Los conocía, sin excepción alguna, desde que era pequeña. Estaba enterada de todas sus historias, sus aficiones, sus aspiraciones… Buscaba algún posible candidato para realizar el viaje y a otro para tomar el mando de la banda mientras ella no estuviera, pues iba a ser un largo y difícil trayecto a través de la jungla, y llevar a toda la tripulación solo los retrasará.

-          -   Noga-llamó. El interpelado se levantó, obediente-. Tú y yo acompañaremos a Dottan hasta Kruxon.

-          -   Sí, capitana-asintió el hombre.

Karen miró a Arko, pensando en ponerle al mendo del barco, pero al verle dormido desechó la idea. No, Arko no valía para capitanear, se dormiría cada cinco minutos.

-          -   Yankar, te dejo al mando-le anunció a un hombre barbudo que llevaba sirviendo a su madre desde antes de que ella naciera. No dudaba para nada de su fidelidad.

-          -   Sí, mi señora.

-          Los demás le obedeceréis como si fuera el verdadero capitán, mientras Arko, Noga, Dottan y yo viajamos a la ciudad.

-          -   Karen… -pudo decir Dottan, agradecido, y viendo como Noga se iba a preparar los macutos de los cuatro.

Sonrió. Quizá las tierras de demonios eran más acogedoras de lo que pensaba.

                                               ×º°”˜`”°º×owo׺°”˜`”°º×


El sonido de unos tambores resonaba en sus oídos.

¡BUM! ¡BUM! ¡BUM!

<< …Erta… >> decía una voz << …Yyn… >>

Un intenso pitido se sumó a los tambores. La cara le ardía, y bombeaba como un corazón al correr.

¡BUM!

<< …Ayyn… ierta… >> la voz sonaba insistente<< …Zayyn… despierta… >>

La chica frunció el entrecejo y arrugó la nariz. Movió un poco la cabeza hacia un lado, pero sintió un profundo dolor. ¿Qué le había pasado? Lo último que recordaba era estar junto a Dottan, agarrando el borde del risco… Con una exclamación ahogada recibió un mar de imágenes que Riea compartió con ella. Se vio a sí misma agitar las alas, pero también se vio, al perder el equilibrio, estrellar sin remedio contra una pared, luego contra otra, y otra, y otra… antes de aterrizar con violencia en una zona de piedra, lisa.

-          -   …Despierta.

Zayyn se obligó a abrir los ojos, aunque le costó un soberano esfuerzo. Lo primero que vio fue un techo con pequeñas estalactitas, y lo primero que escuchó fue un rumor de agua. Se sintió en una superficie dura y rocosa, y también se notó tapada con algo parecido a una manta. Comenzó a incorporarse, llevándose una mano a la cabeza. Sintió una fuerte punzada en la sien y gimió de dolor.

-          -   Tranquila, se te pasará-dijo alguien a su espalda.

La chica se volvió, sobresaltada, a tiempo para ver a un hombre anciano, ataviado solo con una túnica anudad a la cintura, de modo que se le veía el torso desnudo. Zayyn se fijó en que los músculos estaban bien formados, por lo que supuso que antaño aquel hombre había sido alguien fuerte y poderoso.

-          -   ¿Quién… quién eres?-se removió, asustada-. ¿Dónde estoy?

Notó los músculos de su cuerpo agarrotados, pero sorprendentemente, ya podía moverse bien.

-          -   Me llamo Yarino, pequeña, y estás en mi cueva.

Zayyn entrecerró los ojos, atontada. Yarino siguió hablando.

-          -   Te diste un buen golpe. De no ser por tu demonio, ahora no estarías aquí, hablando tan tranquilamente conmi…

-          -   No estoy tranquila-repuso ella con desconfianza-. ¿Qué quieres de mí?

-          -   ¿Se necesita una razón para salvar a alguien?

La chica lo miró, sobrecogida. Se fijó entonces en los dos pequeños tambores que sostenía el anciano sobre su regazo. ¿Sería algún tipo de sanación especial?

-          -   ¿Tú... me has salvado?

Yarino asintió, mirándola fijamente con interés.

-          -   ¿Puedo saber que hacía una doncella sola por aquí?

-          -   No iba sola. Me acompañaba…-de repente abrió mucho los ojos, y con una exclamación de horror se llevó una mano a la boca-. ¡Dottan!

Se levantó de golpe, y eso hizo que se marease y se le pusiera la visión completamente negra. Se apoyó en la pared, jadeando, hasta que se le hubo pasado.

-          -   Mierda… ¡Tengo que ir a buscarle!

Se dirigió corriendo hacia la salida, hasta que se dio cuenta de que llevaba ropa distinta a la que normalmente llevaba. Una camiseta con una sola manga negra, bastante ajustada, que le perfilaba aún más las curvas; unas mallas que le llegaban casi por la rodilla; unas botas altas con la suela plana; y todo ello negro. A pesar de ello, le favorecía bastante, y hasta ella se sentía bastante cómoda. Se dio una vuelta completa, examinándose con ojo crítico. Sonrió mirando a Yarino.

-          -   ¿Y esto?

-          -   Tu antigua ropa estaba destrozada-dijo él con sencillez, encogiéndose de hombros. Al ver el ceño fruncido de la pelirroja, añadió-: Tranquila, ha sido Manie quien te ha vestido, no yo-señaló al roedor de su hombro.

Zayyn frunció el ceño, mirándole como si estuviera loco. Dudaba bastante de las palabras del anciano, pero no dijo nada. Este, sin embargo, agarró un largo trozo de tela roja de su lado y se lo lanzó. La chica lo cogió al vuelo y lo miró. Mientras el otro hablaba, ella se dio cuenta de lo que era.

-          -   Esa es una gabardina con mangas muy especial. Te protegerá de los azotes meteorológicos de la naturaleza.

La chica se lo puso, y comprobó que le quedaba como un guante. Desvió sus ojos de nuevo hacia Yarino, extrañada, preguntándose si debía fiarse. El pareció comprender su mirada.

-          -   Confío en que me devuelvas el favor algún día. Ahora cuéntame qué ha pasado.

Zayyn suspiró, y tras pensarlo un poco decidió confiar algo en él. Se sentó en el suelo y le contó con pelos y señales toda su aventura. Yarino se mesó la barba, pensativo, mientras escuchaba. Cuando terminó de escucharla, se inclinó hacia delante.

-          -   Esos piratas… Karen debe de estar realmente furiosa como para armar tanto jaleo…

-          -   ¿Quién es Karen?

-          -   La capitana de “El Horror Marítimo”. Los ángeles mataron a su madre hace poco.

-          -   ¿Y qué quiere de Dottan? Si lo ha matado… -su voz se volvió amenazante.

Pero Yarino negó con la cabeza. No, matar no era lo peor que le podían hacer al amigo de Zayyn. El esclavismo era un método mucho más cruel.

-          -   Probablemente lo venderán como esclavo en Kruxon. Esa chica tiene una codicia desmedida.

Zayyn se levantó, mirando con determinación al hombre. Apretó los puños y su cara se contrajo en una mueca de odio.

-          -   Iré-anunció-. Iré y le cantaré las cuarenta a esa tipa.

-          -   Está bien-Yarino suspiró y se levantó con cuidado. Zayyn trató de ayudarlo, pero él la apartó de sí, alegando que podía hacerlo solo.

Se acercó con lentitud a un armario y sacó algo. La pelirroja intentó ver qué era, pero solo lo supo cuando el anciano se colocó frente a ella, tendiéndole un pergamino enrollado y un látigo negro enrollado y enganchado a un cinturón.

-          -   Esto es un mapa de Kea, y esto es por si tienes algún contratiempo.

Zayyn los tomó, los observó, se guardó el mapa en un bolsillo y se puso el cinturón.

-          -   Sigo sin entenderlo. ¿Por qué me ayudas?

Yarino sonrió de manera inquietante.

-          -   Pronto lo sabrás. Pequeña… Ahora ve.

La joven seguía sin fiarse del todo. Los motivos del anciano le parecían sospechosos, y no le extrañaría nada que todo lo que le había dado desapareciera en ese mismo instante. Se encogió de hombros, retrocedió, y salió de la cueva, después de arrastrarse por al angosto y oscuro túnel. Al salir, el Sol aún se alzaba en el cielo, aunque ya comenzaba a dirigirse al este. La chica se encontró, como había esperado, con un paisaje rocoso. Se levantó y sacó el mapa. El viejo se había tomado la molestia de indicar el lugar en donde se encontraba. Con un respingo, se percató de que desde que había salido de Arnet había recorrido una cantidad del continente considerable. Se encontraba casi en el extremo noroeste de la cicatriz. Aún así, tendría que descubrir cual era la pared que debía escalar. Avanzó unos pasos, con cuidado de no pisar los riachuelos de lava. Alzó la mirada: a su derecha no había nada; sin embargo, a su izquierda podía vislumbrar las hojas de las palmeras y árboles.

-          -   Uhm…

Se guardó el mapa y buscó en su interior al alma de Riea. La encontró algo dolorida, pero dispuesta a ayudarla. Le prestó su cuerpo, y pronto Zayyn se encontró en el aire, subiendo y subiendo, aunque su vuelo era aún torpe. Sonrió, dándose cuenta de que le gustaba ser demonio. Podía hacer lo que quisiera ahora. Buscaría a Dottan, lo rescataría, y ambos serían libres por fin.

Una vez llegó arriba, donde anteriormente habían estado a punto de llegar ella y su amigo, se posó sobre el suelo, ante la enorme selva. Inspiró hondo y comenzó a atravesarla.

<< Por suerte, casi estamos en el límite noroeste de la selva >>le dijo Riea en su mente << Nos tomará poco salir, luego deberíamos ir a Yune, una pequeña ciudad neutral. Ahí tardaremos unos cuantos días en llegar. >>

<< ¿Y entonces? >>

<< Entonces tendremos que robarle allí a algún ángel. >>

La chica asintió en su mente, y le dejó el control del cuerpo al demonio, el cual avanzó sin miedo a través de la selva, sorteando lianas, árboles, troncos caídos, y algún que otro animalillo pequeño. Estuvo caminando un buen rato, cerca de media hora. Cuando de repente una esfera de energía colisionó a sus pies, Riea dio un salto atrás. Siseó, y miró con furia a aquel que se había atrevido a atacarla.

Se trataba de una criaturita redonda, rojiza, escamosa y alada, además de tener el tamaño de una mano.

-          -   Demonio menor-murmuró-. ¿Cómo osas siquiera enfrentarte a mí?

La criatura rió, con una vocecilla aguda y chillona.

-          -   ¿Siquiera?-empezó a volar en círculos, divertido-. He visto miles de demonios como tú. No te temo, súcubo.

Riea lo miró fijamente. Era una mirada tan penetrante e intensa, que el pequeño demonio sintió un escalofrío. Con miedo se dio cuenta de que no debió molestar a esa criatura negra.

-          -   Habrás visto a otros demonios-afirmó Riea-, pero eres joven, y dudo que hayas visto a alguien como yo. Por esta vez te dejaré en paz…

Retomó su viaje, rodeando al pequeño demonio, el cual se encontraba sorprendido y muy quieto. Podía ser joven , pero no era tonto,  sentía un enorme poder que emanaba de ella. Aún así, le molestó su indiferencia, y la siguió volando a su lado a una prudente distancia.

-          -   ¿Qué hace una criatura como tú tan sola por aquí?

Riea suspiró y movió la cola, airada, antes de enrollarla en torno a su cuerpo con suavidad.

-          -   Me dirijo a Kruxon.

El diablillo frunció el ceño, olvidándose de que a pesar de su aspecto, Riea contaba con un gran poder.

-          -   Allí se encuentran los demonios más poderosos-hizo notar.

-          -   Lo sé.

-          -   Ah, sí. Olvidaba que tienes algo extraño.

Riea sonrió, divertida, y lo miró. Quizá ese demonio menor le fuera útil.

-          -   ¿Cómo te llamas, menor?

El susodicho parpadeó y voló más cerca de ella.

-          -   Nakor, señora-decidió que sería mejor tratarla con respeto, más que nada para tenerla contenta.

-          -   Muy bien, Nakor-Riea pareció notar que ya la respetaba, porque habló con voz autoritaria-. Te dejo que me acompañes.

Nakor puso una mueca.

-          -   ¿Por qué querría acompañaros?-inquirió con rebeldía.

Enseguida se arrepintió de no haberse mordido la lengua. Seguramente ahora la súcubo lo desintegraría. Sin embargo, ella solo soltó una agradable risa cristalina y se volvió hacia él.

-          -   Porque… hay algo que debes saber, menor…
        
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Cuando el demonio negro hubo terminado de hablar, Nakor tragó saliva, abrumado por todo lo que acababa de escuchar.

-          -   Mis disculpas, señora.

Ella asintió, se dio la vuelta, y siguió caminando.

-          -   No le hables de eso a mi humana-le advirtió.

-          -   Será como ordenéis-murmuró, siguiéndola.

Riea sonrió misteriosamente, pero no añadió nada más. Nakor encajó su silencio con aburrimiento, aunque a veces hablaba de sus cosas o del paisaje, pero nunca del secreto de Riea. Ella lo dejaba hablar, y lo escuchaba, pues se había dado cuenta de que era hablador. No se detuvieron en ningún momento, ni siquiera cuando se toparon con un río, ni cuando a la súcubo le rugieron las tripas. Finalmente, cuando el Sol empezaba a ocultarse, la selva se hizo menos densa, y podía verse a lo lejos un paisaje rojizo, medio empedrado, medio habitado por hierba. Llegaron al linde momentos después, y observaron el panorama que se extendía ante ellos. Efectivamente, era rojo, todo: el suelo de piedra, algunos árboles desperdigados, la hierba… Era como si el atardecer hubiera bañado para siempre aquella tierra con su esencia escarlata.

Riea observó el paisaje con los ojos brillando, irradiando emoción.

-          -   Al fin estoy en casa…

Cerró los ojos, y con un suspiro, dejó que Zayyn tomara el control de la situación. Tras el intenso brillo de las llamas, la humana se tambaleó, pero consiguió sostenerse en pie.

-          -   No llego a acostumbrarme a esto…-murmuró.

Nakor se le acercó, mirándola con preocupación.

-          -   Debemos seguir. En unos días llegaremos a Yune.

Zayyn suspiró y asintió. Miró a Nakor con el ceño fruncido, con una actitud nerviosa. Cuando Riea se había puesto a hablar con el demonio menos, le había bloqueado todo control del cuerpo. Había sido como si hubiera estado dormida y encerrada en lo más profundo de su mente. Por eso, no había sido capaz de enterarse de lo que le había contado la súcubo al demonio menor.

<< Confía en mí. >>le pidió su demonio de repente.

La chica chasqueó la lengua, pero asintió de nuevo, resignada.
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